Otro gallo cantaría si algún día los señores del cotarro
taurino profesional tomaran patrón del funcionamiento de la fiesta en la calle.
Y sólo es cuestión de lógica: elaborar los carteles pensando en la clientela,
no de espaldas a sus gustos y deseos, y exhibir sólo toros con trapío y bravos.
Llenó Manzanares, y nadie más hasta el momento. La
Maestranza sevillana sigue dejando a la vista demasiado cemento en esta Feria
de Abril 2012. La crisis; continuamos escuchando una y otra vez el mismo
pretexto. Es cierto que hace unos años, con la cartera menos exprimida que en
la actualidad, iba más gente a todas partes, también a los toros. Era época
consumista en la que, salvo al minoritario grupito de aficionado cabales,
apenas preocupaba la calidad del espectáculo. Prácticamente todo valía.
Pero eso ha cambiado. El grueso de espectadores ocasionales
elige con lupa la corrida a la que ir, mientras el ínfimo reducto de
aficionados íntegros ve como su tropa reduce unidades, pues cada vez son más
quienes cambian el abono completo por entradas sueltas.
Así las cosas es imprescindible ofrecer el mejor y más
atractivo de los espectáculos, algo que el organigrama taurino parece que sigue
sin entender. Y programar un espectáculo sugerente del que nadie salga defraudado
pasa por lidiar toros íntegros, con trapío y bravura. No hay más. No debería
ser tan difícil encontrar ese toro cuando la demanda de animales ha decaído un
40% en las últimas temporadas, con lo que el excedente de astados inunda la
mayor parte del campo. ¿Las ganaderías que se anuncian en Sevilla no tienen
seis toros parejos que satisfagan a todos? No se trata del mastodonte que se
lidia en Bilbao, ni el cornalón de Pamplona. Seis animales armónicos y
encastados, ese es el secreto para vencer a la crisis.
Y mientras el taurinismo general sigue mirándose el ombligo
y echándole la culpa de todos los males a la situación económica, la calle se
inunda de afición al reclamo del rey toro. Puede ser que la crisis provoque que
algún ayuntamiento tenga que reducir gastos en fiestas, pero los consistorios
redoblan esfuerzos junto a comisiones y peñas para que no mengüe el número de
astados a correr por las calles de cada pueblo. Loterías, rifas... todo vale en
pos de conseguir el dinero necesario para comprar los toros de cada barrio.
Y las calles se llenan. Hay pequeñas localidades que
triplican su número de habitantes el día del toro. Es la fiesta del pueblo,
promovida, organizada, vivida y disfrutada por el pueblo. Es el pueblo quien
elige y compra los toros, y también quien se pone delante de ellos, los más
majestuosos del campo. No vale cualquier ejemplar, se es meticuloso en eso;
sólo se reseñan los íntegros, los más imponentes. Hay riesgo y verdad, y por lo
tanto emoción desde que se va a la ganadería a comprar el ejemplar hasta que
salta a la calle.
Otro gallo cantaría si algún día los señores del cotarro
taurino profesional tomaran patrón del funcionamiento de la fiesta en la calle.
Y sólo es cuestión de lógica: elaborar los carteles pensando en la clientela,
no de espaldas a sus gustos y deseos, y exhibir sólo toros con trapío y bravos.
La receta es infalible. Adiós a las penas. Que nadie olvide que el animal que
no permite quites, y no digamos ya algo parecido al tercio de varas, que se
defiende en vez de acometer y que apenas aguanta la lidia, no es toro bravo.
Pues bravo es sinónimo de fiero, y no de hermanita de la caridad que necesita
de cuidados para ofrecer las mayores facilidades para su lidia. Y si algún
matador no quiere participar en la elaboración de la pócima milagrosa... no
pasa nada. En el escalafón hay más de 200. Una criba tampoco vendría mal.
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