miércoles, 25 de abril de 2012

Aprender de la calle. Artículo de Carlos Bueno


Otro gallo cantaría si algún día los señores del cotarro taurino profesional tomaran patrón del funcionamiento de la fiesta en la calle. Y sólo es cuestión de lógica: elaborar los carteles pensando en la clientela, no de espaldas a sus gustos y deseos, y exhibir sólo toros con trapío y bravos.

Llenó Manzanares, y nadie más hasta el momento. La Maestranza sevillana sigue dejando a la vista demasiado cemento en esta Feria de Abril 2012. La crisis; continuamos escuchando una y otra vez el mismo pretexto. Es cierto que hace unos años, con la cartera menos exprimida que en la actualidad, iba más gente a todas partes, también a los toros. Era época consumista en la que, salvo al minoritario grupito de aficionado cabales, apenas preocupaba la calidad del espectáculo. Prácticamente todo valía.
Pero eso ha cambiado. El grueso de espectadores ocasionales elige con lupa la corrida a la que ir, mientras el ínfimo reducto de aficionados íntegros ve como su tropa reduce unidades, pues cada vez son más quienes cambian el abono completo por entradas sueltas.

Así las cosas es imprescindible ofrecer el mejor y más atractivo de los espectáculos, algo que el organigrama taurino parece que sigue sin entender. Y programar un espectáculo sugerente del que nadie salga defraudado pasa por lidiar toros íntegros, con trapío y bravura. No hay más. No debería ser tan difícil encontrar ese toro cuando la demanda de animales ha decaído un 40% en las últimas temporadas, con lo que el excedente de astados inunda la mayor parte del campo. ¿Las ganaderías que se anuncian en Sevilla no tienen seis toros parejos que satisfagan a todos? No se trata del mastodonte que se lidia en Bilbao, ni el cornalón de Pamplona. Seis animales armónicos y encastados, ese es el secreto para vencer a la crisis.

Y mientras el taurinismo general sigue mirándose el ombligo y echándole la culpa de todos los males a la situación económica, la calle se inunda de afición al reclamo del rey toro. Puede ser que la crisis provoque que algún ayuntamiento tenga que reducir gastos en fiestas, pero los consistorios redoblan esfuerzos junto a comisiones y peñas para que no mengüe el número de astados a correr por las calles de cada pueblo. Loterías, rifas... todo vale en pos de conseguir el dinero necesario para comprar los toros de cada barrio.

Y las calles se llenan. Hay pequeñas localidades que triplican su número de habitantes el día del toro. Es la fiesta del pueblo, promovida, organizada, vivida y disfrutada por el pueblo. Es el pueblo quien elige y compra los toros, y también quien se pone delante de ellos, los más majestuosos del campo. No vale cualquier ejemplar, se es meticuloso en eso; sólo se reseñan los íntegros, los más imponentes. Hay riesgo y verdad, y por lo tanto emoción desde que se va a la ganadería a comprar el ejemplar hasta que salta a la calle.

Otro gallo cantaría si algún día los señores del cotarro taurino profesional tomaran patrón del funcionamiento de la fiesta en la calle. Y sólo es cuestión de lógica: elaborar los carteles pensando en la clientela, no de espaldas a sus gustos y deseos, y exhibir sólo toros con trapío y bravos. La receta es infalible. Adiós a las penas. Que nadie olvide que el animal que no permite quites, y no digamos ya algo parecido al tercio de varas, que se defiende en vez de acometer y que apenas aguanta la lidia, no es toro bravo. Pues bravo es sinónimo de fiero, y no de hermanita de la caridad que necesita de cuidados para ofrecer las mayores facilidades para su lidia. Y si algún matador no quiere participar en la elaboración de la pócima milagrosa... no pasa nada. En el escalafón hay más de 200. Una criba tampoco vendría mal.

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