Hoy es noche de desencajonada en Valencia. Será el primer contacto de los aficionados con los toros que se lidien en la feria. Tradición de largos años convertida en el espectáculo más valenciano de todos. Cuando los labradores tenían las labores del año vencidas se premiaban con un día de toros en la ciudad o una noche, dependía de la economía de cada cual, o con las dos cosas. Y entonces la desencajonada, también llamada manifiesto en otras zonas, era cita obligada. Luna, magia, toros, familia, cábalas y tradición, son los ingredientes básicos aliñados todos ellos con un fondo de ilusión: que los toros sean como uno se imaginan que van a ser, hay que presumir de ben aficionado y que los chicos del prólogo acaben triunfando.
Ya saben que toda desencajonada que se precie tiene el preámbulo de una lidia menor en la que habitualmente dos chicos intentan un salto a la fama aprovechando el carácter festivo y generoso del público. La fórmula va más allá de la literatura. Luna porque se celebra obligatoriamente cuando el día ha escapado de la dura pegada del sol juliano; magia porque el toro, animal totémico por excelencia, la genera por sí mismo; familia porque es espectáculo acorde a las economías domésticas y admite el bocata, la fruta fresca y al grupo desinhibido de las normas de una corrida formal; cábalas porque los aficionados más sesudos aprovechan para hacer pronósticos sobre el juego futuro de los toros, muchas veces temerariamente porque los animales después del largo viaje parecen mucho menos de lo que son y hasta tienen comportamientos extraños; y tradición porque la desencajonada sucede desde tiempo inmemorial, desde que las corridas dejaron de viajar a pie y se suprimieron los prados de exposición del ganado también llamados descansaderos a las puertas de la ciudad donde acudían los aficionados a darles la bienvenida y su beneplácito o reprobación.
La tradición de ir a la desencajonada pervive y cuenta con numerosos aficionados, muchos de ellos procedentes del bou al carrer que desmitifican ese tópico que asegura que la afición valenciana es torerista o vive de espaldas al toro. Hoy se desencajonarán las toros de las cuatro corridas: los santacolomas de La Quinta; los domecq, ahora gusta decir Tamarón/Mora Figueroa de Victoriano del Río y Daniel Ruiz; y los lisardos de Valdefresno. Los más iniciados saben que los santacolomas si vienen en el tipo de la casa son cárdenos, mezcla de pelos blancos y negros, en sus diversas intensidades que permite ir del cárdeno claro al negro entrepelado y que son toros de no excesiva caja aunque sí exhiben buidas y colocadas defensas.
Más volumen tienen los domecq, ofrecen variedad de pelajes, en el toro también se le llama capas, con predominio de los negros y los colorados y no son extrañas las defensas acarameladas y serias. Los lisardos por su parte son toros de más envergadura, tienen aparatosas defensas y abundan los pelos negros y burracos. Deben ser más explosivos en su aparición los santacolomas y más pastueños los lisardos. Y aunque ninguna de esas leyes y características son obligadas, si no las cumplen los más aficionados comenzarán a sospechar.
La desencajonada valenciana tiene su ritual, sus personajes y sus leyendas. Se celebra por la noche, los cajones se ponen en semicírculo en el ruedo y sobre la misma arena, detalle que dificulta la logística porque los toros ya no se transportan en cajones sueltos que apenas existen, si no en camiones carrozados de manera integral. Cada toro aparece de cara previa lectura de su reseña, salvo que se desencajonen miuras cuya aparición para evitar violentos encontronazos se sueltan de culo salvo cuando algún ignorante se ha dilapidado la norma. Entre sus personajes legendarios se recuerda a Visantet el del Puig, maestro en la estrategia cuando había que desencajonar y acomodar hasta diez y once corridas, que fue herido de gravedad por un toro en la misma plaza.
Fenómeno y maestro en la cuestión fue igualmente durante muchos años Toni Martínez, padre del actual mayoral. Y entre las leyendas más celebres aparecen con frecuencia los toros de Zahariche que con sus quimeras y difícil manejo siempre daban pie a la sorpresa hasta el punto que si había miuras nunca se sabía cuando se iba a acabar el espectáculo y hubo año en que tuvieron que desalojar la plaza para ver si un miura emplazado decidía por su cuenta retirarse a los corrales. Para entonces se habían utilizado todo tipo de argucias como apagar la luz, echarle los perros, atacarle con mangueras de agua, utilizar cabestros varios o tracas de buen calibre. En esos casos todo el mundo aceptaba la situación como si fuese una batalla de interés general, ofrecía ideas sobre la estrategia a seguir o incorporaba el toro rebelde a su santoral torista particular. En ese apartado figuran los miuras -los miuras son otra cosa, se suele decir- pero también los galache de la consagración de Ponce o los ibán de las peleas a muerte. Todo eso puede pasar esta noche, la más valenciana de cuantas se convocan en la plaza. Es en julio y luce la luna.
Fuente: Las Provincias
No hay comentarios:
Publicar un comentario