12 de Julio de 1958. Plaza de Toros de Pamplona. Encierro de Miura. Uno de ellos, de nombre Estribero, más jaranero que las peñas del sol, se niega a entrar en los corrales. Literal. Pasa un cuarto de hora, toda una lidia, haciendo caso omiso de los capotes de los toreros, Ordoñez y Chamaco. Sí, dos figurones del toreo, ayudando por la mañana en el encierro de los Miura, que rima con Cultura, pero que no debe de serlo, pues los de ahora miran a los de Zahariche por el youtube comiéndose el Don Pipón. Pero esa es otra historia.
Porque la que ahora nos ocupa versa sobre un perro, con nombre de torero, Ortega, bragado y rumboso, que dió una vuelta al ruedo tras lograr lo que no pudieron hacer ni los maestros con su oficio, los pastores con las varas, ni los torpes cabestros con su mansedumbre de político despistado. Emprendió una lucha con Estribero, acorralándolo con no más armas que sus fauces y agilidad casi felina. No se libró el burí loreño de unas cuántas mordeduras en las patas, el rabo y el hocico. No le quedó otra a la bestia -nos referimos al toro- que entrar mansamente a los corrales, por delante de Ortega, que veía como la masa bruta de seiscientos kilos huía con el rabo entre las piernas, como un perrillo.
Cortesía: Alejandro Piquer
1 comentario:
Tengo que decir que lo e econtrado en un blog llamado. Hasta el rabo todo es toro.
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